“1:5 …y de Jesucristo el testigo
fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra.
Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, 1:6 y nos hizo reyes y sacerdotes
para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos.
Amén”.
Apocalipsis 1:5-6
“Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo
mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta”.
Hebreos
13:12.
Entrando en el
estudio de esta verdad irrefutable acerca de la persona de nuestro Señor
Jesucristo, encontramos unas de las razones más reconfortantes para todos
aquellos que entendemos lo que significa la esclavitud del pecado. Ya que habiendo estado sometido a esa esclavitud por
muchos años de nuestras vidas hemos experimentado la ruina en que hemos llegado
a caer.
El
pecado nos arruina de dos maneras.
· Nos
hace culpables ante Dios, de modo que merecemos su justa condenación;
condenándonos con la culpa que nos asedia día a día.
· Y nos
afea en nuestra conducta, de modo que desfiguramos la imagen de Dios que
intentamos reflejar, esclavizándonos al desamor.
La
sangre de Jesús nos libera de ambas miserias.
· Satisface
la justicia de Dios de modo que nuestros pecados pueden ser justamente
perdonados.
· Y
derrota el poder del pecado para liberarnos de ser esclavos del desamor.
Hemos
visto cómo Cristo absorbe la ira de Dios y erradica nuestra culpa. Pero ahora,
¿cómo la sangre de Cristo nos libera de la esclavitud del pecado? Esto es lo que trataremos de
mostrar durante el desarrollo del siguiente bosquejo de estudio:
I. CRISTO NOS AMÓ Y NOS LAVÓ DE
NUESTROS PECADOS
II. CRISTO NOS HIZO REYES Y SACERDOTES
PARA DIOS
III. CRISTO NOS SANTIFICÓ MEDIANTE SU
PROPIA SANGRE
I. CRISTO NOS AMÓ Y NOS LAVÓ DE NUESTROS PECADOS
(Ap. 1:5-6)
A.
EL AMOR CON QUE CRISTO NOS AMÓ
1.
Es maravilloso entender, que cuando éramos esclavos del
pecado, la condición más denigrante de la humanidad, Dios escogió una acción
tan grandiosa, con la cual mostrar al mundo su amor; pero como vemos, él quiso
mostrar no solamente su amor, sino la calidad del mismo por la acción tomada.
2.
El pasaje que estudiamos nos dice: “Al que nos amó, y nos
lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para
Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos” Apocalipsis
1:5-6. Jesús mismo también declara en Juan 3:16 cómo Dios amó a los que éramos
esclavos del pecado: “Porque de tal manera...”. como
diciendo, "Así de grande fue el
amor de Dios”. Fue un amor tan grande que no encontramos palabras ni forma
de explicarlo. Su amor es infinito, su amor es inconmensurable, su amor es
eterno.
3.
La acción es propia de la calidad del amor de Dios. Él
se encarnó en su Hijo y sufrió como uno de nosotros, hasta dar su propia vida
por el mundo pecador, al cual él deseaba liberar de la esclavitud en que se
encontraba. Es bueno recordar aquí las palabras del apóstol Pedro en (1 Pedro
3:18) cuando dice: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo
por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne,
pero vivificado en espíritu”.
B.
EL OBJETO DEL AMOR DE DIOS
1.
Lo
segundo que debemos admirar es el objeto del amor de Dios. Siendo él tres veces
Santo, amó a un mundo pecador, rebelde y perdido, cuando sólo merecíamos el
castigo eterno. En esto consistió la grandeza de su amor, en que el objeto de
su amor fue un mundo que era contrario y enemigo de él y esclavo de todo lo que
lo ofendía, el pecado.
2.
Jesús se refiere aquí a “La Humanidad” la cual habita en el Cosmos, en el mundo que él creó
para aquellos que fuimos creados a su imagen y conforme a su semejanza, (1 Jn.
2:2; 1 Ti. 2:5-6). Entendemos que no todos son beneficiarios de ese amor, sino
solo aquellos que creen en él.
3.
Está claro que Dios, en su propósito de hacer llegar su
amor, abarcó a todos y más cuando luego él mismo nos manda a amar a todos (Mt.
5:44); es, por tanto, maravilloso entender que Dios extendió su amor para todos
los pecadores, aunque si sabemos que este amor se ha hecho efectivo en aquellos
que lo aceptan.
C.
EN SU AMOR LAVÓ NUESTROS PECADOS
1.
El pasaje nos dice: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros
pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a
él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos” Apocalipsis
1:5-6. El texto no sólo dice que Cristo nos amó, sino que también nos lavó de
nuestros pecados, brindándonos la oportunidad de ser santos ante Dios cuando
ponemos fe en su obra (Ro. 3:24-26 e Is. 53:5).
2.
El apóstol Juan nos enseña sobre el instrumento que
utiliza Nuestro Señor Jesucristo para limpiarnos de todo pecado. El pasaje
declara: “…y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”
1 Juan 1:7b. Dejando establecido que sólo su sangre derramada en la cruz del
Calvario, lo cual trajo como consecuencia su muerte vicaria, es lo único que
puede producir la limpieza que un creyente puede tener cuando ejerciendo fe, se
confiesa pecador y clama por perdón.
3.
El propósito de Cristo al mostrar su amor para con
nosotros era mover con su obra de amor, la fibras más sensibles de nuestra alma
para que en la acción del Espíritu Santo de convencernos de pecado, justicia y
juicio, viniésemos en humildad a confesar nuestra culpa y experimentar el nuevo
nacimiento para volvernos a Dios.
II. CRISTO NOS HIZO REYES Y
SACERDOTES PARA DIOS
(Ap.
1:5-6)
A.
CRISTO NOS INVISTE CON TREMENDOS OFICIOS
1.
El pasaje ahora nos agrega algo más: “Al
que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes
y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de
los siglos” Apocalipsis 1:5-6. Lo que nos deja dicho que Cristo, al
amarnos y al perdonar nuestros pecados consideró en su misericordia el
constituirnos en reyes y sacerdotes, algo tremendamente glorioso y honroso.
2.
La obra de
Cristo ha producido un resultado permanente en beneficio de los redimidos y
Juan lo resume con la frase: “Y nos
hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre”. Literalmente en el texto
griego dice: “Y nos hizo un reino, sacerdotes para Dios, su Padre”. Esta
cláusula presenta dos ideas.
·
La primera
tiene que ver con lo que Cristo ha hecho por sus redimidos colectivamente (un reino) (véase
Col. 1:13).
·
La segunda
presenta lo que ha hecho por los creyentes individualmente (sacerdotes para Dios, su Padre) (véase Ap.
5:10; 20:6; 1 P. 2:5, 9).
3.
Está claro que la investidura hecha por Nuestro Señor a los que amó y lavó con su sangre fue de gran honor y
honra, lo que nos recuerda lo que hizo el padre del Hijo pródigo cuando vio que
su hijo se acercaba a pedir perdón.
·
Le quito la vestidura andrajosa - su pecado.
·
Le puso vestiduras blancas - le perdonó.
Qué
maravillosa la primera orden del padre, "Sacad el mejor vestido y
vestidle" Es maravilloso recordar como la Biblia nos asegura que
Dios nos pone vestiduras blancas, símbolo de la pureza espiritual que nos
brinda su obra en la cruz por la sangre de Cristo (Ap. 3:18 y 6:11). Fue
revestido de Cristo (Gá. 3:25-28).
·
Le dio anillo y calzado - la potestad de ser hijo.
·
Le dio comida y bebida abundante - sació su hambre y sed espiritual. Como nos dice (Lc.
1:53) "A los hambrientos colmó bienes".
Es interesante recordar
aquí las palabras del Señor Jesús cuando dice en (Jn. 6:35): "Jesús
les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el
que en mí cree, no tendrá sed jamás".
B.
EL REINO PROVISTO POR CRISTO
1.
Como hemos dicho, el pasaje en cuestión nos afirma que
hemos sido redimidos por Cristo, para constituir una esfera donde la autoridad
moral y espiritual de Dios prevalece. Es por esto que se dice que constituimos
un reino (Col. 1:13) el cual declara: “…el cual nos ha librado de la potestad de
las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo”.
2.
Los creyentes sabemos que el monarca principal es Cristo
Jesús, Él es el Rey de Reyes y Señor de Señores, como dice Apocalipsis 19:16
cuando declara: “Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE
REYES Y SEÑOR DE SEÑORES”. Por tanto estamos conscientes de que a Él y
sólo a Él tenemos que dar adoración, gloria y honra.
3.
En este reino, tenemos uno de los más grandes
privilegios, el de gobernar con Él sobre la tierra y el de juzgar al mundo y
aún a los ángeles como declara el apóstol Pablo en 1 Corintios 6:2-3 - "¿O
no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los
ángeles?" Nosotros también hemos sido puestos para hacer la
función de sacerdotes, la cual él también nos asignó y de la cual hablaremos en
el siguiente punto.
C.
LA FUNCIÓN SACERDOTAL DE LOS CREYENTES
1.
Una gran carga ha puesto Dios sobre nosotros al
colocarnos en la posición de sacerdotes de Dios como también declara 1 Pedro
2:9, y esta carga debe ser conocida por cada creyente, para ser responsable
delante de aquel que nos delegó esta responsabilidad.
2.
Esta responsabilidad va directamente relacionada con los
demás, y de acuerdo a las demandas de Dios, un sacerdote de Dios tiene que:
· Ser Santo - (1 P. 1:13-16; 2:4-5)
· Responsable por cada hermano - (Hch.
12:5, 12)
· Responsable por los incrédulos y aun por aquellos que
nos aborrecen (Lc. 6:28)
3.
Nuestra última responsabilidad es con respecto a Dios
mismo, y la demanda es el hacer para Dios sacrificios espirituales agradables a
Él.
· Hebreos
13:5 dice: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza,
es decir, fruto de labios que confiesen su nombre”.
· Romanos
12:1 dice: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que
presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es
vuestro culto racional”.
· Todo
sacrificio de sangre esta hecho, por lo que nuestro sacrificio será de
obediencia, y sujeción a aquel que nos dio el privilegio de ser escogidos para
ser santos.
· Apocalipsis
1:5-6 dice: “Y de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el
soberano de los reyes de la tierra. Al
que nos amó y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y
sacerdotes para Dios, su padre; a él sea la gloria y el imperio por los siglos. Amén”.
III. CRISTO NOS
SANTIFICÓ MEDIANTE SU PROPIA SANGRE
(He. 13:12)
A.
SU OBRA DE SANTIFICACIÓN
1.
La gran obra que Dios ha hecho para con nosotros es
precisamente la obra de Santificación, el texto con el que concluimos el
planteamiento de esta verdad declara: “Por lo cual también Jesús, para santificar
al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta”. Hebreos
13:12.
2.
El pecado es una influencia tan poderosa en
nuestras vidas que debemos ser liberados por el poder de Dios, no por el poder
de nuestra voluntad. Pero puesto que somos pecadores, debemos preguntar: ¿Está
el poder de Dios dirigido hacia nuestra liberación o hacia nuestra condenación?
Aquí es donde entra el sufrimiento de Cristo. Cuando Cristo murió para
erradicar nuestra condenación, Él como que abrió la válvula de la poderosa
misericordia celestial para que fluyera a favor de nuestra liberación del poder
del pecado.
3.
En otras palabras, el rescate de la culpa del pecado y la ira de
Dios tenía que preceder al rescate del poder del pecado por la
misericordia de Dios. Las cruciales palabras bíblicas para decir esto son: La
justificación precede y asegura la santificación. Ellas son diferentes. Una es una instantánea
declaración (¡no culpable!); la otra es una transformación progresiva.
4.
Como podemos ver, la Biblia trata la santificación del
creyente de la forma siguiente.
Primero:
·
La santificación inicial: (Cuando Dios nos declara santos por la fe en Cristo
en el momento de la conversión) 1 Co. 1:2. Esta etapa de la santificación es
posicional y práctica. Posicional porque nos coloca en una posición moralmente
santa y perfecta en Cristo y práctica porque nos coloca en una vía para
establecer una nueva naturaleza con deseos y propósitos nuevos (1 P. 1:2 y 2
Ts. 2:13; 1 Jn. 3:9).
Segundo:
·
La santificación progresiva: (Dentro de la cual nos encontramos mientras pasamos
por esta vida). Esta es la etapa contemporánea con la vida terrenal del
creyente (2 Co. 7:1; Cp. 2 Co. 3.18; Ef. 4:11-15; 1 Ts. 3:12; 4:1, 9, 10; 2 P.
3:18). Estos textos nos muestran que estamos siendo transformados de un grao de
carácter o gloria a otro, es por eso que llamamos a esto santificación
progresiva.
Tercero:
·
La santificación final: (La que obtendremos cuando lleguemos a la presencia
de Dios el día en que pasemos de esta vida a la eternidad). Esta es
contemporánea con la 2da. venida de Cristo como nos dice 1 Tesalonicenses
3:12-13: “Y á vosotros multiplique el Señor, y haga abundar el amor entre
vosotros, y para con todos, como es también de nosotros para con vosotros; para
que sean confirmados vuestros corazones en santidad, irreprensibles delante de
Dios y nuestro Padre, para la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus
santos”. Cp. (Fil. 3:12-13; 1 Ts. 5:23; 1 Jn. 3:2.).
B.
EL MÉTODO DE LA SANTIFICACIÓN
1.
Como otros aspectos de la salvación del creyente, la
salvación se lleva a cabo de una manera doble. Hay una parte que solamente Dios
puede llevar a cabo, y hay una parte de la cual el hombre es responsable.
2.
POR EL LADO DIVINO:
· La
obra de Dios el Padre: “Y el mismo Dios de paz os santifique por
completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado
irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os
llama, el cual también lo hará”. (1 Ts. 5:23-24; Cp. Jn. 17:17; Jud. 1).
· La
obra de Cristo el Hijo: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como
Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra,” (Ef.
5:25-26; Cp. 1 Co. 1:30; Gá. 6:14; He. 10:10).
· La
obra del Espíritu Santo: “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a
Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya
escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el
Espíritu y la fe en la verdad,” (2 Ts. 2:13; Cp. Lv. 8:10-12; 1 P. 1:2).
3.
POR EL
LADO HUMANO:
Por fe: Somos santificados mediante la fe en la obra redentora
de Cristo. “…para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la
luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en
mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hch. 26:18).
Es por
fe que:
· Vivimos
(Ro. 1:17)
· Andamos
(2 Co. 5:7)
· Estamos
firmes (2 Co. 1:24)
· Vencemos
(1 Jn. 5:4)
Por la Palabra de Dios: “Santifícalos en
tu verdad; tu palabra es verdad” (Jn. 17:17) La Palabra de Dios leída, creída y
obedecida, es un medio efectivo para la santificación del creyente.
Por medio de una completa dedicación de la vida: “Así que,
hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros
cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto
racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta”. (Ro. 12:1-2).
Por medio de la sumisión de la disciplina bíblica: “Y aquéllos,
ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero
éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es
verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de
tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido
ejercitados” (He. 12:10-11). Por medio de la disciplina de Dios nos
hacemos participantes de su santidad.
Por medio renuncia al pecado y ejercicio de la santidad: “y libertados
del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. Hablo como humano,
por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis
vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para
santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia” (Ro.
6:18-19). Somos santificados por el juicio personal, la renuncia personal al
pecado y el ejercicio de la piedad.
4.
Dios pone aparte al creyente para sí y lo separa del
pecado. Es, no obstante, el Dios Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, quien
hace esto, ejecutando cada Persona Su parte respectiva. Dios el Padre lo
planeó; Dios el Hijo lo proveyó; Dios el Espíritu Santo lo ejecutó. La
santificación es efectuada en la medida en que el creyente se ocupa de su
propia salvación en el conocimiento de la obra interior divina (Fil. 2:12-13).
C.
EL LUGAR DEL PADECIMIENTO
1.
Ahora, para cerrar este estudio tenemos que considerar
la última parte del segundo verso estudiado, el cual dice: “Por lo cual también Jesús, para
santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta”.
Hebreos 13:12. Lo que nos indica que Jesús fue crucificado fuera de la ciudad
de Jerusalén llevando su vituperio.
2.
Ahora nosotros debemos hacer lo mismo, entendiendo que
hemos sido santificados por la obra redentora de Cristo. Como declara la
Palabra en el verso subsiguiente cuando expresa el escritor a los Hebreos “Salgamos,
pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio”.
3.
Este es un llamado a que nosotros nos identifiquemos con
la obra de Cristo, entendiendo que debemos estar donde Él fue vituperado para
tomar nosotros también su vituperio y recordar las palabras del apóstol Pablo
cuando dijo: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos
de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con
Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él
seamos glorificados” Romanos
8:16-17.
CONCLUSIÓN Y APLICACIÓN:
Para concluir podemos decir: Ahora,
para aquellos que confían en Cristo, el poder de Dios no está al servicio de su
ira condenatoria, sino de su misericordia liberadora. Dios nos da este poder
para cambiar a través de la persona del Espíritu Santo. Es por eso que esas
bellezas que son el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la amabilidad, la
bondad, la fidelidad, la gentileza, el dominio propio son llamadas “el fruto del Espíritu” (Gá. 5:22-23).
Por eso es que la Biblia puede hacer la asombrosa promesa: “El pecado no se enseñoreará sobre vosotros, pues no estáis bajo la
ley, sino bajo la gracia” (Ro. 6:14). Estar “bajo la gracia” asegura el
omnipresente poder de Dios para destruir nuestro desamor (no todo al instante,
sino progresivamente). No somos pasivos en la derrota de nuestro egoísmo, pero
tampoco suministramos el poder decisivo. Es la gracia de Dios. De aquí que el
gran apóstol Pablo dijera: “He trabajado
más que todos ellos, pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Co.
15:10). Quiera el Dios de toda gracia, por la fe en Cristo, librarnos tanto de
la culpa como de la esclavitud del pecado.
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