domingo, 25 de septiembre de 2011

43/52 RAZONES POR LA CUALES SUFRIÓ Y MURIÓ JESUCRISTO

Cuadragésima tercera razón
 PARA ASEGURAR
NUESTRA RESURRECCIÓN
DE ENTRE LOS MUERTOS

“Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección”.
Romanos 6:5

“Y si el Espíritu a aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”.
Romanos 8:11

“Si somos muertos con él, también viviremos con él”.
2 Timoteo 2:11

            Los pasajes que estudiamos en esta Cuatrigésima primera razón por lo cual Nuestro Señor Jesucristo sufrió y murió yendo a la cruz del Calvario, nos muestran la garantía y seguridad de nuestra resurrección en el día del Señor.

            Ya Jesús mismo lo declaró a Marta la hermana de Lázaro en Juan 11:23-26 cuando le dijo: “Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero. Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” Esta es la gran pregunta que Jesús todavía hace hoy para todos aquellos que desean tener en sus manos antes de irse a la eternidad, la garantía de que van a ser resucitados en gloria en el día postrero.

La realidad de este acontecimiento futuro fue confirmada por Jesús al dar vida a Lázaro quien había muerto hacía 4 días, y no importando que ya hedía, el cuerpo de Lázaro fue levantado por Jesús sin ningún inconveniente, de tal manera que con este hecho demostró el poder que Jesús tenía sobre la muerte, asimismo el poder que tenía sobre la vida para vivificar a los que hemos muerto por el pecado.

            Acerca de esto dice el pastor Piper: «Las llaves de la muerte estaban colgando en el interior de la tumba de Cristo. Desde afuera, Cristo pudo hacer muchas obras maravillosas, inclusive resucitar a una niña de doce años y a dos hombres de la muerte, solo para que murieran otra vez (Mr. 5:41-42; Lc. 7:14-15, Jn. 11:43-44). Si algunos iban a ser resucitados de entre los muertos, para no volver a morir, Cristo habría de morir por ellos, entrar en la tumba, tomar las llaves y abrir la puerta de la muerte desde adentro.

            La resurrección de Jesús es un regalo de Dios y prueba de que su muerte fue totalmente efectiva en borrar los pecados de su pueblo y quitar la ira de Dios. Usted puede ver esto en las palabras “por lo cual”. Cristo fue “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual, Dios también le exaltó hasta lo sumo” (Fil. 2:8-9).

            Desde la cruz el Hijo de Dios exclamó: “Consumado es” (Jn. 19:30). Y por medio de la resurrección, Dios el Padre exclama: “¡De veras fue consumado!” La gran obra de pagar por nuestro pecado y proveer nuestra justicia y satisfacer la justicia de Dios quedó completamente terminada en la muerte de Jesús.

            Entonces, en la tumba, tuvo el derecho y el poder de tomar las llaves de la muerte y abrir la puerta para todo el que vaya a Él por fe. Si el pecado está pagado, la integridad ha sido suministrada y la justicia ha sido satisfecha, nada puede mantener a Cristo ni a su pueblo en la tumba. Es por eso que Jesús proclamó: “Estuve muerto, mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Ap. 1:18).

            La Biblia resuena con la verdad de que pertenecer a Jesús significa que resucitaremos con Él. “Si fuimos plantados juntamente con él en semejanza de su muerte, también lo seremos en la de su resurrección” (Ro. 6:5). “Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron con él” (1 Tes. 4:14). “Y Dios, que levantó al Señor, también a nosotros nos levantará con su poder” (1 Co. 6:14).

            Aquí está la conexión entre la muerte de Cristo y nuestra resurrección: “El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley” (1 Co. 15:56). Esto significa que todos hemos pecado, y que la ley sentencia a los pecadores a la muerte eterna. Pero el texto continúa: “Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (v. 57). En otras palabras, las exigencias de la ley están satisfechas por la vida y la muerte de Jesús. Por lo tanto, los pecados son perdonados. Por consiguiente, el aguijón del pecado ha quedado removido. Por lo tanto, aquellos que creen en Cristo no serán sentenciados a muerte eterna, sino que “serán resucitados incorruptibles ... Entonces se cumplirá la palabra que está escrita: sorbida es la muerte en victoria” (1 Co. 15:52, 54). Asómbrese, y busque a Cristo. Él lo invita: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Jn. 11:25).»[[1]]
                       
            Sumerjámonos en esta enseñanza bíblica con el bosquejo siguiente:

 I. LA MUERTE Y RESURRECCIÓN CON CRISTO
II.  EL ESPÍRITU VIVIFICADOR
III. LA GARANTÍA DE LA PERMANENCIA EN ÉL

I. LA MUERTE Y RESURRECCIÓN CON CRISTO
(Ro. 6:3-5)

A.      UN PRECIOSO SIMBOLISMO (v. 3)

1.         En este pasaje se está hablando de santidad y de la manera en que un creyente no puede confundirse en la doctrina de la Gracia y de la justificación por la fe. En Romanos 5:21 el apóstol Pablo declara: para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro”. Pablo plantea aquí una contra pregunta a sus interlocutores, que imagina burlándose de lo que acaba de decir, insinuando irónicamente, que si es así, entonces podrían vivir en libertinaje para que la gracia no faltase. Veamos lo que les dice: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?”

2.         El apóstol Pablo nos quiere llevar a entender, que ser bautizado “en Cristo Jesús”, significa ser puesto en relación personal con el Salvador. Como un medio de identificación con la causa de nuestro Señor Jesucristo, el ser bautizado ilustra perfectamente lo que debe ser nuestra vida, de muerte al pecado y resurrección a nueva vida, verdad que se muestra, por medio de esa relación estrecha, diaria y permanente, con nuestro Señor y Salvador y nuestra muerte al pecado.

3.         Este acto de identificación, indica principalmente que desde que fuimos bautizados en Cristo Jesús, lo hemos sido para resurrección de vida, por medio de la cual, nosotros certificamos que verdaderamente hemos entrado en el proceso de santificación luego de haber sido justificados por Cristo Jesús.
     
B.      LA FIGURA DE LA SEPULTURA (v. 4)

1.         La sepultura coloca el sello sobre la muerte. Lo que nos enseña que todo aquel que ha sido sepultado es porque está muerto y como muerto no puede actuar en pos del pecado, por tanto el pecado no puede tener lugar en él.

2.         La figura de la sepultura nos deja dicho que el antiguo orden de vida finalizó en nosotros, para dar lugar al nuevo vivir en Cristo. Por esto, una persona que ha sido bautizada en él, debe ser un creyente que está seguro que su vida ha experimentado un cambio substancial con respecto al pecado, manteniendo una relación de amor con su salvador.

3.         Así como Cristo murió por nuestros pecados y fue sepultado; así también debemos morir y ser sepultados a nuestros pecados. De otra manera no podemos decir, que hemos sido bautizados en su muerte y mucho menos que hemos sido resucitados en la semejanza de su resurrección.

C.      LA FIGURA DE LA RESURRECCIÓN (v. 5)

1.         Resucitados con él mediante la fe en el poder de Dios (Colosenses 2:12). Esto es lo que se requiere en el acto por el cual nos identificamos con el Señor, la figura de la resurrección debe ser una figura clara en la vida del cristiano que ha muerto al pecado.

2.         Esta figura de la resurrección demanda que los cristianos estemos conscientes de que el milagro de la resurrección en él por la fe, es para que andemos en vida nueva (Ro. 6:4b; 1 P. 1:14-15), ya que no podemos creer en uno que diga ser creyente resucitado y ande en la misma vida pecaminosa.

3.         El (v. 5) declara: “Porque fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección”. El ser Plantados juntamente con Cristo demanda una muerte rotunda al pecado, para que vivamos esa nueva relación con Cristo en plena santidad de vida.

4.         Aquel que dice haber muerto y resucitado juntamente con Cristo, vive para Dios en contraste con su vida pasada llena de pecado. Se preserva en santidad por el Espíritu de Resurrección que levantó a Cristo Jesús de la muerte y el que le garantiza que en el día postrero ha de resucitar. 

II. EL ESPÍRITU VIVIFICADOR
(Ro. 8:11)

A.      LA REALIDAD DE ESTE HECHO

1.         Por medio de la justicia divina recibimos la transformación por el Espíritu, por el cual adquirimos la capacidad de agradar a Dios. Es por esta razón, que nuestra vida debe haberse transformado. Esto es solamente posible porque el creyente genuino ha recibido también el Espíritu vivificador de Cristo.

2.         Este pasaje nos dice acerca de ese poder que tenemos por el Espíritu de Dios: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.” Dándonos a entender el poder vivificador que tiene el Espíritu que mora en nosotros y asegurándonos la garantía de que seremos resucitados en el día del Señor.

3.         La realidad de este hecho viene dada por lo que ya ha ocurrido con Cristo, además de su promesa dada a los creyentes. Si recibimos el Espíritu que transforma, este mismo es el que también vivifica, y es el que le dará vida al cuerpo muerto en el día de la resurrección.
ANTES: Cuerpo muerto por el pecado y espíritu sin vida por la caída (MUERTE ESPIRITUAL).
AHORA: Cuerpo que ha de morir (porque somos pecadores), pero vivos en espíritu por el Espíritu de Cristo que mora en nosotros.
DESPUÉS: Cuerpo resucitado por el Espíritu vivificador que dio vida a Jesús y vivos en espíritu por la eternidad.

B.      PRUEBA DE ESTA REALIDAD

1.         Como hemos podido notar, aparte de las pruebas manifestadas por Jesús a través de la resurrección de Lázaro, la hija de la viuda de Nahim, etc. y su misma resurrección vino a dejar probado que Él tenía poder sobre la muerte y que podía resucitar a todo aquel que creía en Él.

2.         Esto es lo que recoge el apóstol Juan en Juan 6:39-40 cuando Jesús dice: “Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.”

3.         Con su resurrección se prueba el poder que mana de su persona para resucitar a aquellos que creemos en él. Por esto el hecho de la resurrección es lo más importante para el que vive la vida cristiana, porque esto mismo marca la diferencia entre Cristo y cualquier otro profeta.

4.         Por esto dijo el apóstol Pablo en 1 Corintios 15:17, 18: “Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron.” Pero vemos la proclamación de esta realidad en Lucas 24:1-7 donde se dice: ÉL HA RESUCITADO. Además el apóstol Pablo lo certifica en Romanos 15:20 cuando agrega diciendo: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho”. 

C.      NUESTRA ESPERANZA

1.         Nuestra esperanza se basa en la prueba presentada por Dios en Cristo el día de su resurrección y proclamada por los ángeles, luego por los apóstoles, principalmente por el apóstol Pablo quien nos manifiesta un cántico de victoria por el hecho de la resurrección en su primera epístola a los Corintios, para que éstos estuvieran seguros de en quien habían puesto su fe y su confianza, (1 Co. 15:51-57).

2.         El apóstol Pablo finaliza esta sección proclamando la victoria y dice: “Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria.” (1 Co. 15:54). Lo que el apóstol declara aquí es que la muerte en aquel día será devorada por la vida que recibirán nuestros cuerpos por el poder de la Resurrección. Podremos decir que lo mortal será absorbido por la vida.

3.         Todo esto ocurrirá por el poder del Espíritu Santo que transformó nuestra vida y que vivificará nuestro cuerpo mortal como lo hizo con Cristo Jesús. Aquí se nos asegura esta verdad cuando dice en el texto que estudiamos: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Ro. 8:11).
  
III. LA GARANTÍA DE LA PERMANENCIA EN ÉL
(2 Ti. 2:11)

A.      LA CRUCIFIXIÓN DE LA CARNE (v. 6)
         
1.         El texto con que concluimos este mensaje nos dice: “Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él.” Cuando hablamos de muerte con Cristo, estamos hablando de que nuestra carne ya no debe ser alimentada por medio del pecado. Esta tiene que ser la realidad en el creyente justificado que quiere vivir en santificación. Dios requiere que estemos convencidos de esta demanda para nuestra vida (Ro. 8:5-9; Gá. 5:16-25).

2.         Estamos claro que aquel que tiene la esperanza de que va a resucitar con Cristo ha muerto juntamente con Él. Su cuerpo de pecado debe ser dejado fuera de uso, no queremos decir con esto que desaparecerá de nosotros, pero sí debemos estar conscientes y convencidos de que el pecado no puede reinar en nuestra vida, por esto el apóstol Pablo dice en Romanos 6:6 que éste debe “ser destruido”, usando el término griego (katargeo) el cual implica dejar el cuerpo del pecado sin efecto, deshecho, quitado o invalidado.

3.         Esta acción asegura que el cristiano que se ha identificado con Cristo Jesús en la semejanza de su muerte, así como en la de su resurrección, tiene que haber tomado la decisión de abandonar el pecado que le hacía esclavo, en el entendido de que ya no podemos servirle más, sabiendo que lo hemos quitado de en medio.
           
4.         El cristiano fiel y verdadero, que procura crucificar su carne con sus pasiones y deseos como se establece en Gálatas 5:24, buscará todo el tiempo de su peregrinación, mortificar su carne, lejos de proveer para ella, buscará obedecer al Espíritu Santo en el cual se ha de gozar y por el cual sabrá que en el día de Cristo estará también con Él.

B.      EL MORIR CON CRISTO

1.         Esta expresión está dada en tiempo perfecto, expresando los efectos permanentes de un hecho consumado. La afirmación presentada, de esta forma, busca establecer, que aquel que ha sido justificado del pecado, ya no puede servirle como esclavo. “A fin de que no sirvamos más al pecado.” Es aquí cuando entendemos este sí condicionante al decirnos: Si somos muertos con Él, también viviremos con Él.
  
2.         El apóstol Pablo también nos dice en Gálatas 2:20 – “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí.” LA CRUZ / YO / CRISTO. Lo que nos enseña que un creyente que sepa estar entre la cruz y Cristo no puede de ninguna manera, prestarse a servir a aquel a quien Cristo aborrece.

3.         Un creyente que se ubica entre la cruz y Cristo sabe que ha muerto con Cristo y que de la misma manera en que él ha resucitado, él resucitará para dedicar su vida a vivir con él y para él, además de entender que nunca más podrá ser de otro, ni estará al servicio de otro, que no sea Cristo Jesús.

C.      LA MUERTE CON CRISTO CONFIRMA LA PERMANENCIA EN ÉL

1.         Para los cristianos, la muerte ya no es nuestro amo, esta es la convicción de los que hemos muerto al pecado y nacido a una nueva vida, los que entendemos que nuestro señor es Jesucristo. Sabemos además que la muerte de nuestro viejo hombre concluye con la deuda que teníamos con el pecado para ya no estar sujetos a él.

2.         Pero si vivimos con Cristo para Dios vivimos. Notemos lo que nos dice Romanos 6:10: “Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive.” Por tanto no hay excusa alguna para que uno que ha muerto al pecado pueda excusarse delante de Dios y diga que no puede vivir en Santidad para Cristo.

3.         Cuán maravilloso es sabernos libres de la ley del pecado, con la capacidad de vivir para Cristo todos los días de nuestra vida, entendiendo que por Él tenemos la bendición de vivir una vida que glorifique al Dios de los cielos, quien es nuestro santificador y vivificador.

CONCLUSIÓN Y APLICACIÓN:
Es una realidad que todo aquel que vive para Cristo tendrá la seguridad de que vivirá eternamente con él. Aquí tenemos que recordar las palabras del apóstol Pablo cuando dice en Romanos 8:1: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. 


[1]La pasión de Jesucristo, John Piper - Página 100-101.


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