miércoles, 10 de agosto de 2011

33/52 RAZONES POR LA CUALES SUFRIÓ Y MURIÓ JESUCRISTO


Trigésima tercera razón
 PARA QUE MURIÉSEMOS A LA LEY Y
LLEVEMOS FRUTO PARA DIOS

“Habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios”.
Romanos 7:4

Entrando en nuestro trigésimo primer estudio sobre las razones por las cuales Nuestro Señor Jesucristo sufrió y murió dice el pastor Piper: «Cuando Cristo murió por nosotros, nosotros morimos con él. Dios nos miró a nosotros los creyentes como unidos a Cristo. Su muerte por nuestro pecado fue nuestra muerte en Él. (Véase el capítulo anterior.) Pero el pecado no fue la única realidad que mató a Jesús y nos mató a nosotros. También lo fue la ley de Dios. Cuando violamos la ley pecando, la ley nos sentencia a muerte. Si no hubiera ley, no habría castigo. “Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión.” (Ro. 4:15). También (Ro. 3:19) dice: “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios”.

No había escapatoria de la maldición de ley. Esta era justa, nosotros éramos culpables. Había solo una manera de ser libre: Alguien tenía que pagar el castigo. Por eso Jesús vino: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición” (Gálatas 3:13).

Por tanto, la ley de Dios no puede condenarnos si estamos en Cristo. El poder que tenía para gobernarnos está doblemente roto. Por un lado, las demandas de la ley han sido cumplidas por Cristo a nuestro favor. Su perfecto cumplimiento de la ley está acreditado a nuestra cuenta (véase capítulo11). Por otro parte, la penalidad de la ley ha sido pagada por la sangre de Cristo.»[[1]]

Veamos ahora algo importante con respecto al texto que estudiamos hoy. Hasta este verso la epístola a los Romanos, escrita por el apóstol Pablo, ha tratado el tema de la santificación, la cual es definida como el andar genuino y práctico de uno que ha sido justificado por la fe en la obra de Cristo Jesús, el cual, sabiendo que nuestro Padre es santo, busca también ser santo.

En esta misma epístola se habla del pecado y de la gracia de Dios, así como de la ley y de aquellos que están sujetos a ella por la esclavitud del pecado, así también de los que por la fe han sido liberados de esta maldición, siendo ahora siervos de Dios.
En esta oportunidad, tenemos una gran ilustración para estudiar. El apóstol Pablo no quiere dejar este tema de la ley en el aire, por lo que acude a un gran ejemplo, claro y visible, para que comprendamos todo lo que debemos saber sobre nuestra santificación.

El ejemplo citado por el apóstol Pablo, es muy significativo para todos los que hemos contraído matrimonio, pues sabemos que en este pacto hay de por vida responsabilidades de uno para con el otro, y solamente la muerte puede liberarnos de las demandas de este pacto.

Como veremos en el símil utilizado aquí, la mujer casada tendrá que permanecer sujeta a la ley del marido mientras éste viva, así como nuestros miembros estarán sujetos al pecado mientras no muramos a él.

El creyente, que ahora está en Cristo, que ha muerto a su vida de pecado, ha sido identificado aquí con la mujer que queda libre de las ordenanzas y de la ley del marido cuando este muere. En esta porción de la Palabra también se nos enseña que así como esta viuda queda libre para servir a otro, por causa de la muerte del esposo, así también, el creyente que ha hecho morir el pecado en él, queda libre del poder y de la ley del pecado para servir a Cristo mediante el nuevo régimen del Espíritu y lleva fruto para Dios.
Siendo así, veamos lo que se nos muestra en este maravilloso estudio con respecto a los sufrimientos y muerte de Cristo:
I.   LA LEY DE MOISÉS Y EL MARIDO ACTUAL
II.  LA OBEDIENCIA AL NUEVO MARIDO
III. SERVICIO COMO FRUTO DE LA NUEVA UNIÓN

Consideremos
I. LA LEY DE MOISÉS Y EL MARIDO ACTUAL
(Ro. 7:1-3)

A.      EL SEÑORÍO DE LA LEY (v. 1)
     
1.         En esta primera parte del capítulo 7 el apóstol Pablo nos hace la pregunta con que inicia el versículo, la cual es importante destacar: “¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive?”

2.         La importancia viene en el hecho de dejar clarificado antes de presentar el símil utilizado aquí, que la ley, solamente puede afectar a los que viven, ya que esta no puede afectar a una persona que no existe o que haya muerto. Aquí debemos explicar el concepto sobre ley y las implicaciones legalistas a que estaban sometidos los judíos.

3.         Queda claro que todos los hombres estarán afectados por lo que la ley declara mientras estos viven o mientras estos estén sujetos a ella. La ley se enseñoreará de todos aquellos que estén bajo su señorío. Como ocurre específicamente en el caso concreto que se presentará en el símil del matrimonio, utilizado a continuación.

B.      LO QUE ENSEÑA LA LEY (v. 2)

1.         Tomando como símil el matrimonio, se entiende que, en la mayoría de los países del mundo, la mujer cuando se casa toma el apellido del esposo, como símbolo de su sujeción a él, pero desde el momento en que este muere, ella queda libre, de manera que si firma un nuevo pacto matrimonial después que el marido muere, de inmediato deja el apellido este primer marido para usar el del actual al cual estará sujeta.

2.         Por la ley de Moisés también se enseña que la mujer casada está sujeta por ley al marido, mientras éste viva. Es bueno recordar que el apóstol Pablo está haciendo este planteamiento con respecto a los hombres que hasta este momento estaban y deseaban estar sujetos a la ley de Moisés y sus implicaciones legalistas.

3.         Así como la palabra establece que cuando el marido muere, la mujer queda libre de la ley de su cónyuge, teniendo la libertad de volverse a casar y estar sujeta a la ley del nuevo esposo, de igual manera, nosotros, cuando nos convertimos, quedamos libres de la ley de Moisés para estar ahora sujetos a ley de Cristo quien es nuestro nuevo esposo.

Ejemplos:
    En países latinos se diría: Ya no serás más, Juana de Guillén, porque Alfredo Guillén, tu esposo ha muerto. Ahora que vas a casarte de nuevo, dejarás de llamarte Juana viuda de Guillén para llamarte Juana de Pérez, que es el apellido del nuevo marido que has tomado para estar sujeta.

    Es bueno recordar que en países como los Estados Unidos no se usa el término de “Viuda de”, sino que la viuda toma de inmediato su apellido de soltera y luego el apellido de su próximo esposo, si llega a casarse de nuevo.

C.      LO QUE EXIGE LA LEY (v. 3)

1.         Sobre la base del símil planteado, muchos creyentes, dicen haber muerto a su vida de pecado, pero habiendo conocido a Cristo y habiéndose entregado a él, coquetean y viven una vida de servicio a su antiguo marido. Aquí, el apóstol Pablo nos recuerda que así como la mujer casada (atada por la ley a su esposo) es adúltera, sí en vida del marido se une a otro varón, asimismo será adúltero espiritual todo aquel que esté bajo el señorío de la ley, estando bajo la ley de Cristo.

2.         Ahora se dice, si el marido muere, queda libre de esa ley. Tenemos claro entonces, que todo cristiano que rinda cualquier servicio al antiguo régimen de la ley, se convertirá en un adúltero espiritual, o sea que todo creyente que diga estar unido a Cristo no puede estar sujeto a la ley mosaica. Ya que si está sometido a esta es porque todavía, su antiguo marido no ha muerto y por tanto la ley se enseñorea de él.

3.         Se denota claramente aquí que si la mujer casada pierde su marido por causa de la muerte, ella queda libre de la ley que les une, de tal manera que si se une a otro varón o marido no será llamada adúltera. Como de igual manera no es llamado adúltero ningún creyente que habiendo muerto a la ley permanece en santificación sirviendo solamente a la ley de Cristo.

II. LA OBEDIENCIA AL NUEVO MARIDO
(Ro. 7:4-5)

A.      LAS EXIGENCIAS DEL NUEVO MARIDO (v. 4a)

 1.        Tenemos que dejar claro que cuando venimos a Cristo, estamos aceptando por medio de nuestra declaración de fe, que nuestro marido anterior está muerto y que es a nuestro nuevo Señor al cual vamos a servir (Ro. 10:9, 10). Por tanto, la ley (la de nuestro primer marido) murió para nosotros mediante el cuerpo de Cristo.

2.         Debe estar claro en la vida de todo cristiano, que al venir a Cristo, hemos muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seamos de él. De esta manera él no puede concebir que siendo nosotros de su potestad, podamos estar presentando nuestros miembros al servicio de nuestro anterior amo.

3.         Los creyentes tenemos que tener esta concepción clara, pues Dios es celoso, por tanto espera fidelidad en la vida de todos los que son de él. Dios demanda que la iglesia sea fiel a Cristo y no que estemos todavía viviendo como quisieron vivir aquellos que servían a Cristo pero todavía estaban atados a los principios de la ley de Moisés y por tanto al pecado (Ej. Los Gálatas).

B.      LAS EXPECTATIVAS DEL NUEVO MARIDO (v. 4b)

1.         Cristo, que es nuestro nuevo marido, espera que toda la iglesia, conformada por aquellos que han sido redimidos, justificados y santificados, ahora que han muerto a las demandas del primer marido, consagren su vida a Él, de tal manera que llevemos “fruto para Dios” (Salmos 1:3; 92:14; Pr. 11:30; Jer. 17:8; Mt. 7:17; Jn. 15:1-8; Ro. 1:13; 6:21-22; Gá. 5:22-23; Ef. 2:10; 5:9; Fil. 4:8-9, 17; Tito 3:1).

2.         Entendemos que nuestro primer esposo, ya ha muerto, por tanto no tiene potestad sobre nosotros, aún reconociendo que estamos acostumbrados a esa ley, que por tantos años se enseñoreó de nosotros. Pero queda claro que nuestro vivir desde ahora en adelante será para satisfacer a aquel que hemos tomado por marido, el cual es Cristo.

3.         Aquel que habiendo sido librado de la ley de Moisés sirve todavía a los rituales de esta ley, viene a ser como una viuda que ama a su primer marido, y toma la decisión no casarse más de tal manera que pueda recordar y seguir sirviéndole a él, aún cuando sabe que está muerto. Aquí debemos preguntarnos, ¿Cuándo hemos visto a un muerto dando órdenes?

C.      LA LEY DEL NUEVO MARIDO (vv. 4b, 5)

1.         Dejemos claro que dentro del ámbito espiritual, Dios no concibe que vivamos sin estar sujetos a la ley de algún señor. Él declara que estamos bajo la ley de Moisés o estamos bajo la ley de Cristo. Él nos lleva a definir, a quién en realidad servimos.

2.         Dios también dice que estamos bajo la ley de Cristo luego de que nos convertimos y por tanto debemos saber que el que manda en nosotros ahora es nuestro nuevo marido, el que resucitó de los muertos, Cristo Jesús, quien nos compró con su sangre y nos redimió de la ley del pecado y de la muerte (v. 4b).

3.         Hermanos, con nuestro primer marido nos dominaba la carne; las pasiones pecaminosas que eran por la ley y obraban en nuestros miembros, llevando fruto para muerte. Debemos hacernos ahora, otra pregunta. ¿Cómo le recordamos todavía, si el fruto de estar sujetos a ese marido anterior, sólo nos llevó a tener fruto para muerte?

III. LA FELICIDAD DEL CREYENTE UNIDO A CRISTO
(Ro. 7:6)

A.      PORQUE SABEMOS QUE SOMOS LIBRES DE LA LEY DE MOISÉS

1.         ¡Qué alegría! ¡No lo puedo creer! Pero es cierto, somos libres por Cristo. Aquí debemos recordar la anécdota del preso que había sido condenado a 30 años en la cárcel por un delito que había cometido, pero que al saber a los 15 años que había sido indultado, dijo: “Yo no quiero salir, porque sé que esto no puede ser verdad.”

2.         Así son muchos llamados cristianos, que al saber todo lo que les dice la Palabra de Dios, toman una actitud de incredulidad con respecto al poder que tiene la sangre de Cristo para el perdón de sus pecados y en cuanto a la capacidad que tienen de vivir una vida apartada del mismo, por la obra del Espíritu Santo que opera ahora en los creyentes verdaderos, quedando presos del pecado que los domina.

3.         El texto que nos ocupa nos dice: “Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.” Yo y todos aquellos que somos cristianos tenemos que sabernos perdonados y actuar como tales.

B.      PORQUE SABEMOS QUE HEMOS MUERTO A LA LEY DE MOISÉS

1.         La gran felicidad del cristiano viene al saber que hemos muerto a ley de Moisés a la cual estábamos sujetos para traer sacrificios y ofrendas por el pecado. No teníamos alternativa, estábamos condenados a servir en esclavitud, sin poder hacer otra cosa que ver los días contados en que veríamos la muerte eterna.

2.         Ahora tenemos que crear esta convicción en nuestros corazones, de tal manera que Dios nos dé la fe para sabernos perdonados por Cristo Jesús y por su obra en la cruz del Calvario, al derramar su sangre por nosotros. El cristiano que no se sepa perdonado no podrá morir a la ley y minimizará todo el tiempo la obra de Jesús a su favor.

3.         Ahora no estamos bajo esclavitud de la ley que nos condenaba todo el tiempo, ahora somos libres y hemos escogido por la gracia de Dios, un nuevo marido, una nueva ley, la de Cristo que nos gobierna, un nuevo régimen, por el cual somos libres y felices para poder dar frutos para Dios (Gá. 5:22-23).  

C.      PORQUE EL VIEJO REGIMEN QUEDÓ ATRÁS

1.         Al principio no es fácil entender estas cosas, como tampoco es fácil para un judío o un legalista, aceptarla, pero con la ayuda del Espíritu de Dios se logrará. Estemos claros que Dios desea la fidelidad nuestra. Mostremos el deseo de agradarle y de seguir ahora, bajo sus demandas.

2.         No pensemos en lo que éramos, sino recordemos que nuestros pecados fueron echados en el fondo del mar y Dios, nunca más, tendrá memoria de ellos (Mi. 7:19); la sangre de Cristo es suficiente para perdonarnos, por tanto olvidemos lo que fue la vida bajo el sistema de la ley o nuestro anterior marido y dispongámonos a vivir una vida que le glorifique a él, la que dictamine el nuevo régimen del Espíritu.

3.         Además de todo esto, tomemos conciencia de estas verdades, demos cada día gracias a Dios por la obra hecha en nosotros, por la oportunidad que nos ha brindado de guiar nuestras vidas y del poder que tenemos por su Espíritu para salir adelante. Demos gracias que podemos entender estos principios más fácilmente que lo que lo podían entender los judíos del tiempo del apóstol Pablo.

CONCLUSIÓN Y APLICACIÓN:
El pastor Piper dice para concluir: «Es por eso que la Biblia tan claramente enseña que el estar a bien con Dios no se basa en guardar la ley. “Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él” (Ro. 3:20). “El hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo” (Gá. 2:16). No hay esperanza de estar con Dios por guardar la ley. La única esperanza es la sangre y la justicia de Cristo, que son nuestras solamente por fe. “Sostenemos que todos somos justificados por la fe, y no por las obras que la ley exige” (Ro. 3:28, NVI).
¿Cómo entonces agradar a Dios, si estamos muertos a su ley y ya no es nuestra maestra? ¿No es la ley la expresión de la buena y santa voluntad de Dios? (Ro. 7:12). La respuesta bíblica es que en lugar de pertenecer a la ley, que exige y condena, pertenecemos ahora a Cristo quien demanda y da. Antes, la justicia nos era exigida desde afuera en cartas escritas en piedra. Pero ahora la justicia surge dentro de nosotros como un anhelo en nuestra relación con Cristo. Él es presente y real. Por su Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Un ser viviente ha reemplazado una lista letal. “La letra mata, pero el Espíritu vivifica” (2 Co. 3:6; véase el capitulo 14).

Por eso es que la Biblia dice que la nueva forma de obediencia es productora de fruto, y no la guardadora de leyes. “Hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios” (Ro. 7:4). Hemos muerto a la observancia de la ley, de suerte que podamos vivir llevando frutos. El fruto crece naturalmente en un árbol. Si el árbol es bueno, el fruto será bueno. Y el árbol, en este caso, es una viva relación de amor con Cristo Jesús. Para esto Él murió. Ahora Él nos exhorta: “Confía en mí. Muere a la ley, para que puedas dar frutos de amor”. .»[[2]]
Hermanos, la obra está hecha, Dios la ha puesto a nuestro servicio, ha querido que la disfrutemos, y nos ha brindado de su poder para que seamos bendecidos, démosle la Gloria a Él y sirvamos a la ley del Espíritu, para dar frutos de justicia (Ro. 6:22; Fil. 1:11; He. 12:11; Stg. 3:19).
                                                                                                                                   


[1]La pasión de Jesucristo, John Piper - Página 80.
[2]La pasión de Jesucristo, John Piper - Página 81.


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