jueves, 30 de junio de 2011

19/52 RAZONES POR LAS CUALES SUFRIÓ Y MURIÓ JESUCRISTO

Décima novena Razón
 PARA DAR VIDA ETERNA A TODO
EL QUE CREE EN ÉL

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
Juan 3:16-21

            Iniciando esta décima novena razón Piper afirma: «En nuestros tiempos más felices no queremos morir. El deseo de morir surge solamente cuando nuestros sufrimientos parecen insoportables. Lo que realmente deseamos en esos tiempos no es la muerte, sino el alivio. Quisiéramos que volvieran los buenos tiempos. Quisiéramos que desapareciera el dolor. Quisiéramos ver a nuestro ser querido regresar de la tumba. Queremos vida y felicidad.

            Nos engañamos cuando fantaseamos la muerte como el clímax de una vida bien vivida. La muerte es un enemigo que nos separa de los maravillosos placeres de este mundo. Llamamos a la muerte con dulces nombres como si fuera el menor de los males. Ese verdugo que da el golpe de gracia a nuestros sufrimientos no es la realización de un anhelo, sino el fin de la esperanza. El deseo del corazón humano es vivir y ser feliz.

            Dios nos hizo en esa forma. “El ha puesto eternidad en el corazón del hombre” (Ec. 3:11). Somos creados a la imagen de Dios y Dios ama la vida y vive para siempre. Estamos hechos para vivir para siempre. Y viviremos. Lo opuesto a la vida eterna no es la aniquilación. Es el infierno. Jesús habló de esto más que nadie, y dejó bien claro que rechazar la vida eterna que ofrece resulta no en la obliteración, sino en la desgracia de enfrentar la ira de Dios. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Jn. 3:36)[[1]]

            Ahora bien, Dios es un Dios de amor y de ninguna manera quiere o desea la muerte del que muere, como declaró a través del profeta Ezequiel (18:32): “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor, convertíos, pues, y viviréis” o (Ez. 33:11), “Diles: Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva…” Estos son pasajes en que Dios manifiesta su deseo de reconciliación con el hombre pecador, donde apela a nuestra conciencia para que volvamos nuestro corazón a él y podamos encontrar la satisfacción de nuestra alma.

          Este es el gran pasaje acerca de la salvación, del cual tenemos que apropiarnos todos los que hemos reconocido ese amor de Dios. De seguro él quiere también poner nuestro nombre en este versículo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo (José), que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”

          Este (v. 16) es el tema predilecto de todo cristiano que ha confiado en Jesucristo. En él se nos enseña el infinito amor de Dios, el cual fue expresado de una manera especial y maravillosa, la cual si no es por el Espíritu, no podemos ni siquiera comprenderlo.

          Ahora analizaremos esta porción bajo el bosquejo siguiente:

I.   DIOS MOSTRÓ SU AMOR AL HOMBRE

II.  DIOS MOSTRÓ SU DESEO DE SALVAR AL HOMBRE

III. DIOS MOSTRÓ SU DESEO DE EVITAR LA CONDENACIÓN AL HOMBRE


          Esperando que Dios abra el entendimiento de cada uno de nosotros y que su Espíritu nos de gracia para aceptar su oferta.

Veamos primeramente, por qué decimos que:
I. DIOS MOSTRÓ SU AMOR AL HOMBRE
(Jn. 3:16)

A.      CALIDAD DEL AMOR DE DIOS


1.         Es maravilloso entender, que Dios escogió una acción tan grandiosa, con la cual mostrar al mundo su amor; pero como vemos, él quiso mostrar no solamente su amor, sino la calidad del mismo por la acción tomada.
2.         Jesús dice: “Porque de tal manera...” como diciendo, "Así de grande fue el amor de Dios.” Fue un amor tan grande que no podemos encontrar otra manera o forma de amar más grande que la que escogió Dios para mostrarnos su amor.

3.         La acción es propia de la calidad del amor de Dios. El mismo se encarnó en su Hijo y sufrió como uno de nosotros, hasta dar su propia vida por el mundo pecador, al cual él deseaba salvar. Es bueno recordar aquí las palabras del apóstol Pedro en (1P. 3:18) cuando dice: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu.”

B.           OBJETO DEL AMOR DE DIOS


1.                  Lo segundo que debemos admirar es el objeto del amor de Dios. Siendo él tres veces Santo, amó a un mundo pecador, rebelde y perdido, cuando sólo merecíamos el castigo eterno. En esto consistió la grandeza de su amor, en que el objeto de su amor fue un mundo que era contrario y enemigo de él.

2.         Jesús se refiere aquí a “La Humanidad” la cual habita en el Cosmos, en el mundo que él creó para aquellos que fuimos creados a su imagen y conforme a su semejanza, (1 Jn. 2:2; 1 Ti. 2:5-6). Entendemos que no todos son beneficiarios de ese amor, sino solo aquellos que creen en él.

3.         Está claro que Dios, en su propósito de hacer llegar su amor, abarcó a todos y más cuando luego él mismo nos manda a amar a todos (Mt. 5:44); es, por tanto, maravilloso entender que Dios extendió su amor para todos los pecadores, aunque si sabemos que este amor se ha hecho efectivo en aquellos que lo aceptan.

C.      EL VALOR DEL AMOR DE DIOS


1.         Como diría un comprador de joyas o de diamantes, para apreciar lo que compra, ¿cuántos kilates tiene? De esta manera él puede darse cuenta de que lo que va a adquirir es algo que realmente tiene el valor que dice tener.

2.         Ahora debemos darnos tiempo para analizar cual es el valor del regalo que Dios hace a la humanidad. De esta manera nos preguntaremos ¿cuántos kilates tiene? Pudiéramos hacer una encuesta entre algunos los padres, con una sola pregunta: ¿cuánto valor tiene para usted su propio hijo?

 3.        De inmediato tendríamos una respuesta: “Mi hijo no tiene precio.” El padre que ama a su hijo no podrá poner precio alguno que alguien pudiese pagarlo. De seguro que este no querrá verse en la situación de tener que entregárselo a otro para que haga la vez de padre. Sin embargo, entendiendo el amor de un padre humano, cómo no podemos entender el amor de Dios para con su Hijo Jesucristo. Haciendo esta analogía, podemos apreciar el valor que tiene el regalo que Dios nos ha proporcionado.

II. DIOS MOSTRÓ SU DESEO DE SALVAR AL HOMBRE (Jn. 3:16-18)

A.      NO QUIERE QUE EL HOMBRE SE PIERDA


1.         Lo primero que se da a entender en el texto es, que la humanidad estaba perdida y es Dios el que toma la iniciativa para rescatarla del infierno y la condenación de la cual no podía nadie salir. Hasta ese momento de la historia los hombres trataban de hacer sacrificios para salvarse y obtener perdón de pecados.

2.         Jesús manifiesta aquí, que Dios mostró su amor con la misma intención con que levantó la serpiente en el desierto, al hacer la ilustración a Nicodemo. Dios no desea, ni quiere que ningún hombre se pierda, sino que el deseo de Dios es que todo hombre obtenga la vida eterna.

3.         Notemos que tanto el (v. 15) como el (v. 16) terminan con la misma expresión, la cual nos está mostrando claramente la intención de Dios el Padre: “...para que todo aquel que cree, no se pierda, más tenga vida eterna.”

B.       NO QUIERE QUE EL HOMBRE SE CONDENE


1.         Jesús sigue aclarando a sus interlocutores, sean quienes sean, que la intención del padre Dios para con el hombre, en cuanto a su acto de amor, ahora declara: “…porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo...”

2.         Notemos la forma en que Dios excluye la condenación de su deseo íntimo para con el hombre, como vimos en (Ez. 18:33 y 33:11) cuando dice: “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor, convertíos, pues, y viviréis” “Diles: Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva…”

3.         Todo hombre tiene que entender que Dios quiere salvarnos, por tanto es hora de que todo aquel que escuche esta oferta de Dios, se humille ante su presencia y clame por salvación. Por esta causa, Dios mostró su amor llevando a su Hijo al altar del holocausto y derramó su sangre en la bandeja del propiciatorio con la única intención de que seamos salvos y sepamos que él nos ama y no desea nuestra condenación.

III. DIOS MOSTRÓ SU DESEO DE EVITAR LA CONDENACIÓN AL HOMBRE (Jn. 3:18-21)


A.      LA CONDENACIÓN

1.         En el (v. 18) se nos dice: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.” Debemos definir aquí que es la condenación. Como su nombre lo indica, la condenación no es más que la sentencia que dicta el juez contra el acusado cuando se dictamina su culpabilidad, la cual éste tiene que pagar sin apelación.

2.         Dios dictaminó en (Ro. 6:23a), como Juez Justo, Santo e Insobornable, que “La paga del pecado es la muerte” Asimismo, declaró por medio del profeta Ezequiel en (18:4) cuando dice: “He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá” Es, por tanto, que la condenación como sentencia está sobre todo hombre pecador.

3.         Esta sentencia no es dada al hombre cuando Dios decide enviar a su Hijo a pagar por nuestro pecado, sino que antes de que él se encarnara y tomase cuerpo en su Hijo Jesucristo, todos los hombres cargaban con esta sentencia. Por tanto, la acción de Dios encarnarse por amor al hombre, es una muestra de que él no desea que en nosotros penda el acta de los decretos que es contraria a nosotros, veamos (Col.  2:13-15).

B.      LA CAUSA DE CONDENACIÓN

1.         En el (v. 19) Jesús nos declara, con la intención de aclarar la mente de sus oyentes: “Y esta es la condenación: Que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.” Al decir esto, Jesús está enfrentado a cada hombre con la realidad de su pecado, para que acepte su responsabilidad y entienda su necesidad de salvación.

2.         El hombre está recibiendo el impacto de una realidad mostrada sin tapujos: La luz verdadera es y viene de Dios como nos dice (1 Jn. 1:5) al declarar: “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.” Ya el Señor Jesucristo había declarado en (Jn. 8:12) “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.”

3.         Jesús nos está diciendo aquí que todo aquel que desee tener comunión con Dios, tiene que abandonar las tinieblas para venir a la luz y evidenciar así todo su pecado y de esta manera no huir de la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Por esto ha venido la condenación, dice el Señor, porque nuestro pecado hace separación entre nosotros y Dios.

C.      CONTRASTE ENTRE EL CONDENADO Y EL SALVO


1.         En los versos 19-20 se nos muestra que el condenado, sobre el cual pende una condena y no experimenta un arrepentimiento y no expresa un perdón genuino, es porque no reconoce su culpabilidad y su condenación; de esta manera, actúa aborreciendo la luz que le evidencia.

2.         El hombre que practica la verdad, y ama la santidad, y entiende que Cristo vino para tomar su condena muriendo en la Cruz del Calvario, permite que la luz evidencie el pecado de su alma, se humilla reconociendo su pecado, y clama por misericordia, de tal manera que Dios sea benigno con él.

2.                  Por tanto, el amor de Dios fue dado para que:
·         Aceptemos su oferta;
·         Creamos en ella;
·         Andemos en luz.
De tal manera, que cada uno de nosotros, podamos gozarnos en una comunión, limpia y santa con él y con su Hijo Jesucristo.

3.         Dios en su amor nos declara por Cristo Jesús, para concluir el pasaje: “Mas el que practica la verdad, viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.” Así es que Dios desea nuestra relación con él, transparente y evidenciada por la luz de la verdad. 

CONCLUSIÓN Y APLICACIÓN:

Amados, Dios ha declarado su deseo expreso para con todos, él desea que oigamos su voz en la medida en que tenemos conocimiento de su propósito, esperando que cuando veamos su amor expresado, experimentemos el nuevo nacimiento que transformará nuestra alma y nos dará la seguridad de la vida eterna. Dios espera nuestro arrepentimiento.
            Para concluir, declara Piper: «Jesús dijo: “E irán estos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mt. 25:46). Esta es una inenarrable realidad que muestra la infinita maldad de tratar a Dios con indiferencia o desprecio. Por eso Jesús advierte: “Si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo; mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser echado al infierno, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Mr. 9:47-48).
            Así que la vida eterna no es meramente la extensión de esta vida con su mezcla de dolor y placer. Así como el infierno es el peor resultado de esta vida, la “vida eterna” es el mejor. La vida eterna es la suprema y aun creciente felicidad donde todo pecado y toda tristeza desaparecerán. Todo lo que sea malo y dañino en esta creación caída será eliminado. Todo lo que sea bueno –todo lo que traiga verdadera y perdurable felicidad –será preservado, purificado e intensificado.

            Seremos cambiados de modo que seremos capaces de grados de felicidad inconcebibles para nosotros en esta vida. “Lo que ojo no vio ni oído escuchó, ni corazón de hombre imaginó... ha preparado Dios para los que lo aman” (1 Co. 2:9). Esto es verdad cada momento de nuestra vida, ahora y siempre. Para aquellos que confían en Cristo lo mejor está aún por venir. Veremos la satisfaciente gloria de Dios. “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único verdadero Dios y a Jesucristo, a quien tú has enviado” (Jn. 17:3). Para esto Cristo sufrió y murió. ¿Por qué no lo abrazamos a Él como nuestro tesoro, y vivimos?»[[2]]                      


[1]La pasión de Jesucristo, John Piper - Página 56-57.
[2]La pasión de Jesucristo, John Piper - Página 58.

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