domingo, 22 de mayo de 2011

11/52 RAZONES POR LAS CUALES SUFRIÓ Y MURIÓ JESUCRISTO



Décima Primera Razón
PARA COMPLETAR LA OBEDIENCIA QUE
SE CONVIERTE EN NUESTRA
JUSTIFICACIÓN

“Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.
Filipenses 2:8

“Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos”.
Romanos 5:19

“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.
2 Corintios 5:21

“Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe”.
Filipenses 3:9

En esta ocasión John Piper cita 4 textos del Nuevo Testamento para sentar la base del estudio que iniciamos ahora, el que inicia diciendo: «La justificación no es simplemente la cancelación de nuestra injusticia. Es también el traspaso a nosotros de la justicia de Cristo. No tenemos una rectitud que nos ponga a bien con Dios. Lo único que un cristiano puede decir ante Dios es: “…no teniendo mi propia justicia, que es por ley, sino la que es por la fe de Cristo” (Fil. 3:9).»[[1]]

Está más que claro que todo pecador no puede tener justificación por sí mismo. Su condición de pecador le hace reo de la muerte y del infierno. Habiendo visto estas verdades no tenemos sólo que decir: ¡Dios, ten misericordia de nosotros, apiádate de nuestras almas y líbranos del infierno eterno! Gloria a Dios que los que hemos creído ya hemos sido justificados en Cristo, lo cual no es abominable para Dios porque él pagó por esa justificación.

Acerca de la existencia de otra razón por la que no es abominable que Dios justifique al impío por la fe Piper agrega lo siguiente: «Es la justicia de Cristo. Dios nos la traspasa. Eso quiere decir que Cristo cumplió toda justicia perfectamente; y esa justicia la toma en cuenta como nuestra cuando confiamos en Él. Somos contados como justos. Dios miró la perfecta justicia de Cristo y nos declaró justos con la justicia de Cristo.

Así, pues, hay dos razones por las que no es abominable para Dios justificar al impío (Ro. 4:5).
Primero, la muerte de Cristo pagó la deuda de nuestra injusticia (véase el capítulo anterior).
Segundo, la obediencia de Cristo proporcionó la justicia que necesitábamos para ser justificados en el tribunal de Dios. Las demandas de Dios para entrar en la vida eterna no son meramente que nuestra injusticia sea cancelada, sino que nuestra perfecta justicia se establezca.»[[2]]

Sobre este planteamiento, estudiaremos esta segunda razón por medio del siguiente bosquejo de estudio:

I.     LA OBEDIENCIA DE CRISTO Y NUESTRA JUSTIFICACIÓN
II.   LA MUERTE DE CRISTO Y EL PAGO DE NUESTRA INJUSTICIA
III.  EL TRASPASO DE LA JUSTICIA DE CRISTO

Veamos entonces lo que se quiere dar a entender cuando hablamos de:

I. LA OBEDIENCIA DE CRISTO Y NUESTRA JUSTIFICACIÓN
(Fil. 2:8; Ro. 5:19)

A.      LA KENOSIS

1.         KENOSIS - Del griego, vaciarse. Es la renuncia voluntaria hecha por Cristo a su derecho de privilegios divinos al aceptar humildemente el estado humano en la encarnación. El apóstol Pablo describe la Kenosis de Cristo en Filipenses 2:6-7 declarando: “…el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres”.

2.         El primer texto que estudiamos es el contexto inmediato posterior del lugar donde Pablo nos habla de la Kenosis de Cristo, hecho por cual Cristo se humilló en su condición de Dios para ser como uno de nosotros. Pablo lo presenta así en Filipenses 2:8 cuando dice: “Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.
3.         El texto paulino, citado aquí, de la Carta a los Filipenses nos introduce en el misterio de la Kenosis de Cristo. Para expresar esta acción, el Apóstol utiliza primero la palabra “se despojó”, y ésta se refiere sobre todo a la realidad de la Encarnación: “La Palabra se hizo carne" (Jn. 1:11). Dios-Hijo asumió la naturaleza humana, la humanidad, se hizo verdadero hombre, permaneciendo Dios.

4.         La verdad sobre Cristo-hombre debe considerarse siempre en relación a Dios-Hijo. Precisamente esta referencia permanente la señala el texto de Pablo. “Se despojó de sí mismo” no significa en ningún modo que cesó de ser Dios: ¡Sería un absurdo! Por el contrario significa, como se expresa de modo perspicaz el Apóstol, que “…no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que “siendo en forma de Dios” (como verdadero Dios-Hijo). Él asumió una naturaleza humana privada de gloria, privándose del uso de sus atributos divinos sin perder ninguno de ellos, sometido al sufrimiento y a la muerte, en la cual poder vivir la obediencia al Padre hasta el extremo sacrificio.

B.       LA UNIÓN HIPOSTÁTICA

1.         Es un término técnico que designa la unión de las dos naturalezas, divina y humana, en la persona de Jesús. Cristo es Dios hecho carne (Jn. 1:1,14; Col. 2:9; Jn. 8:58; 10:30-34; He. 1:8). Él es plenamente Dios y plenamente hombre (Col. 2:9); así, tiene dos naturalezas, la de Dios y la humana. Decididamente, no es “mitad Dios, mitad hombre”. Nunca perdió su divinidad, ni hubiese podido hacerlo.

2.         Continuó existiendo como Dios cuando se encarnó y agregó la naturaleza humana a Su eterna naturaleza divina (Fil. 2:5-11). Consecuentemente, en Jesucristo está la “unión, en una sola persona, de una plena naturaleza humana y una plena naturaleza divina”. Ahora mismo, en el cielo hay un hombre, Jesús, quien es nuestro Mediador entre el Padre y nosotros (1 Ti. 2:5) y nuestro Abogado ante el Padre (1 Jn. 2:1).
3.
JESÚS COMO DIOS
Es adorado (Mt. 2:2,11; 14:33).

JESÚS COMO HOMBRE
Adoró al Padre (Jn. 17).
Se le ora (Hch. 7:59).

Oró al Padre (Jn. 17:1).
No tuvo pecado (1 P. 2:22; He. 4:15).

Fue tentado a pecar (Mt. 4:1).
Es omnisciente (Jn. 21:17).

Creció en sabiduría (Lc. 2:52).
Da vida eterna (Jn. 10:28).

Pudo morir (Ro. 5:8).
En El habita la plenitud de la Deidad (Col. 2:9).

Tiene un cuerpo de carne y hueso (Lc. 24:39).

C.      SU OBEDIENCIA Y NUESTRA JUSTIFICACIÓN

1.         Ya hemos dicho que la obediencia de Cristo proporcionó la justicia que necesitábamos para ser justificados en el tribunal de Dios. Las demandas de Dios para entrar en la vida eterna no son meramente que nuestra injusticia sea cancelada, sino que nuestra perfecta justicia se establezca.

2.         Esto es lo que Piper agrega cuando dice: «El sufrimiento y la muerte de Cristo es la base de las dos razones por las que no es abominable para Dios justificar al impío. Su sufrimiento es el sufrimiento que nuestra injusticia merecía. “Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades” (Is. 53:5). Pero su sufrimiento y muerte fueron también el clímax y la consumación de la obediencia que llegó a ser la base de nuestra justificación. Él fue “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:8). Su muerte fue el pináculo de su obediencia. A esto es lo que la Biblia se refiere cuando dice: “Por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Ro. 5:19).»[[3]]

3.         Está determinado entonces que su obediencia es la base de nuestra justificación, por lo cual no es de ninguna manera un acto abominable para Dios el que por la obediencia de Cristo, nosotros que éramos desobedientes seamos justificados por la fe en su obra redentora.

II. LA MUERTE DE CRISTO Y EL PAGO DE NUESTRA INJUSTICIA
(2 Co. 5:21)

A.      LA MUERTE DE CRISTO

1.         La palabra muerte se emplea de dos maneras principales en la Biblia.
·          Primero, se usa para describir la separación de la vida física.
·          Segundo, se emplea con referencia a los perdidos en cuanto a su separación de Dios. En este sentido, significa su separación eterna de Dios como resultado del pecado (Is. 59:2), en un estado consciente de maldición sin esperanza de liberación (1 Tes. 4:13; Ap. 20:10, 14, 15). 

2.         La muerte no es natural para el ser humano. Cuando Dios creó a Adán y Eva, la muerte no era parte del orden creado. No fue sino hasta que ellos pecaron que la muerte entró en escena (Ro. 5:12; 6:23). La muerte será destruida cuando Cristo regrese y los creyentes reciban sus cuerpos resucitados.

3.         Haciendo un análisis de la muerte, es que podemos entender que Nuestro Señor Jesucristo no sólo se humilló y padeció tomando forma de hombre, sino que su principal dolor fue ir a la muerte o lo que es lo mismo su separación de sus dos naturalezas por causa de haber tomado sobre sí, nuestro pecado.

B.      EL PAGO DE NUESTRA INJUSTICIA

1.         Dejemos claro que la muerte de Cristo pagó la deuda de nuestra injusticia. Todos somos injustos y ante la justicia de Dios no tenemos con que pagar por nuestras injusticias, por esto vemos como Pablo declara en 2 Corintios 5:21 que la justificación no es simplemente la cancelación o pago de nuestra injusticia. Es también el traspaso a nosotros de la justicia de Cristo. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.

2.         El apóstol Pablo nos declara aquí que Dios, el cual es Santo, Santo, Santo, escogió de manera particular, hacer que su Hijo Unigénito, Cristo Jesús, tomara sobre sí, el pecado de todos nosotros, de tal manera que a través de su muerte sustitutiva como sacrificio por nuestro pecado, el nos diera la oportunidad de declararnos justos ante Dios.

3.         Por medio de “su sangre”, Cristo efectúa el pago de nuestras injusticias rescatándonos de la muerte y del infierno (Ef. 2:13; 1 P. 1:18-19). Asimismo lo vemos en su muerte satisfaciendo totalmente la justicia de Dios (Ro. 3:24-25).

4.         John Piper concluye esta parte diciendo: «Por lo tanto, la muerte de Cristo llegó a ser la base de nuestro perdón y nuestra perfección. “Por nosotros (Dios) lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hecho justicia de Dios” (2 Co. 5:21). ¿Qué quiere decir esto de que Dios hizo que el inmaculado Cristo fuese hecho pecado? Quiere decir que le imputaron nuestro pecado, y sobre la base de eso se convirtió en nuestro perdón. ¿Y qué significa que nosotros (que somos pecadores) llegamos a ser justicia de Dios en Cristo? Quiere decir, igualmente, que la justicia de Cristo se toma como nuestra, y es por eso que Él es nuestra perfección.»[[4]]

III. EL TRASPASO DE LA JUSTICIA DE CRISTO
(Fil. 3:9)
       
A.      SU JUSTICIA ES NUESTRA JUSTICIA

1.         El texto por excelencia para mostrar el hecho real de que el pecador cuando deposita su fe en la obra redentora de Cristo recibe las bendiciones de Dios en Cristo, es Filipenses 3:9 el cual nos dice: “Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe”.

2.         Habiendo determinado que la justicia de Cristo se nos imputa al creer en su obra redentora podemos citar lo que dijimos al iniciar este estudio citando a Piper, el cual declara que, “la justificación no es simplemente la cancelación de nuestra injusticia. Es también el traspaso a nosotros de la justicia de Cristo.”

3.         Que maravilloso es saber a tiempo que todas nuestras obras de justicia que hemos hecho en esta tierra, son como trapo de inmundicia delante de Dios (Is. 64:6). Que glorioso es saber lo que Dios dice acerca de lo que hacemos para estar a cuentas con él en Isaías 1:13-14 cuando dice: “No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas.”

B.      SU JUSTICIA NOS HACE HEREDEROS

1.         La justificación que recibimos de Dios por Cristo, no solamente nos declara justos sino que nos provee de grandes y maravillosas promesas las cuales encontramos a través de todo el Nuevo Testamento, promesas que nos llenan de gozo espiritual al ver todo lo que Dios, en su amor, es capaz de brindarnos.

2.         Romanos 8:16-17 es uno de esos textos que nos asegura que no sólo la justicia de Cristo nos es imputada o traspasada, sino que todo lo que a Él le pertenece, Él lo comparte con nosotros. Es aquí cuando Pablo nos dice: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.”

3.         Para dar su última opinión al respecto dice Piper: «¡Gloria sea a Cristo por lo que logró al sufrir y morir! Al sufrir y morir logró el perdón de nuestro pecado, y a la vez proporcionó nuestra justicia. Admirémosle y atesorémosle y confiemos en Él por este gran logro.»[[5]]

CONCLUSIÓN Y APLICACIÓN:

            Es verdaderamente maravilloso saber que no sólo somos perdonados, sino declarados justos por Dios sobre la base de la justicia de Cristo, quien como Dios y Señor, cumplió toda justicia para darnos la paz con Dios, fruto de su justificación.

            Debemos todos orar dando gracias a Dios por tan grande revelación, al tiempo que dedicamos nuestras vidas a proclamar ese mensaje reconciliador, que ofrece la paz verdadera a todo hombre que está apartado de Dios por el pecado, pero que por la fe en la obra de Cristo tiene la oportunidad de ser declarado justo y Santo.

            Amados, no nos cansemos de proclamar esa verdad.
           
                                                                                                                                            

[1]La pasión de Jesucristo, John Piper - Página 40.
[2]La pasión de Jesucristo, John Piper - Página 40-41.
[3]La pasión de Jesucristo, John Piper - Página 41.
[4]La pasión de Jesucristo, John Piper - Página 41.
[5]La pasión de Jesucristo, John Piper - Página 41.


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